BIO | Esencial Susana Merke
Rafaela y su Colegio Nacional le abrieron las puertas para enseñarle el amor por la Literatura y la Historia, mientras Santa Fe con su Madre de Universidades la esperaba para formarla en profesora en Letras.
Docencia y familia vieron transcurrir gran parte de su vida, pero con la madurez de los años sintió la necesidad de contar lo guardado, lo vivido, lo callado, para saldar las deudas pendientes con palabras que entre borradores fueron tomando forma literaria: cuentos, relatos, estampas y novelas.
La historia se convirtió en eje de sus narraciones sustentando recuerdos, situaciones y episodios dignos de ser rescatados entre largas horas de estudio e investigación que aceleraron el ritmo de sus días.
Publicó su primera novela “Las voces del pasado no mueren” en junio de 2018 y una selección de relatos pasó a formar parte de revistas literarias internacionales donde colabora en forma permanente. Sus 30 años de horas de Cátedra dieron paso a talleres de lectura compartida con adultos mayores. Otra mirada, otra experiencia para continuar creciendo.
Una biografía es una crónica de viaje, y el hogar fue siempre modelo de trabajo y sacrificio con aroma a comidas preparadas por las sabias manos de su madre. Esperar el regreso de papá de la fábrica de cosechadoras era un deseado momento, que los reunía alrededor de la mesa, entre peleas de hermanos por contar novedades y proyectos.
Caminar era el destino, y la Capital Federal le permitió residir en ella para formar una familia y desarrollarse profesionalmente. Con el paso de los años, la pampa gringa levantó su voz para convocar el regreso con tres hijos varones y su compañero de la vida. Dictó cátedras en distintos establecimientos de la ciudad hasta encontrar en la escuela Mario R. Vecchioli su lugar para estrechar lazos de amistad, y profundizar la enseñanza de las letras en los jóvenes.
En la madurez otorgada por los años, la sorprendió una vez más el poder de la palabra, y la escritura le dio una cita para que se atreviera a decir, contar y bucear en otros mundos y otras vidas. El viaje continúa entre relatos e historias recuperadas de todos los que se arriesgan a habilitar la palabra, para registrar sus testimonios y llevarlos a la ficción. Está segura que el final del viaje la hallará entre libros y manuscritos que no llegaron a ver la luz. Otros decidirán por ella.
En abril de 2020 publicó sus segunda novela histórica “El Elegido. Cien años de agonía en el Chaco Santafesino”, y en octubre de 1921 ve la luz su primera Antología Literaria “Tierra de sombras y murmullos”.
Este relato es un testimonio claro de mi niñez en un pueblo centenario de la inmensa pampa gringa formado por 1870 con piamonteses y suizos alemanes llegados del cantón de Valais, lugar de donde arribaron mis ancestros para construir una vida de paz y trabajo.
OBRA | Reseñas en palabras de su autora
1- Novela “Las voces del pasado no mueren”
UNA PALABRA LO DICE TODO. UNA PALABRA NO DICE NADA Y AL MISMO TIEMPO LO ESCONDE TODO.
Palabras con alma, palabras vacías. Habilitar la palabra para hacer uso de ella es un compromiso con la verdad; es una responsabilidad mayor que encierra el hacer o dejar de hacer; es buscar en el pasado historias de vida para revelar sus agonías, sus gozos...
En ese acto temerario de sumergirse en la intimidad de los que ya no están, permanecen “ellas” intactas y merecen el mayor de los respetos.
Parece un juego del que todos quieren participar, porque tienen algo que contar, decir, narrar, y los que un día decidimos apropiarnos de ellas, quizás de las más olvidadas, las negadas, también formamos parte de él.
El escritor mexicano Juan Rulfo hacía referencia al proceso de creación y decía “la literatura es mentira, es invención, es imaginación, pero de esa mentira surge la recreación de la realidad”. Los atrevidos a incursionar en esta senda, le arrebatamos a nuestra realidad: personajes, rostros, lágrimas y pecados, que nos contaron o escuchamos, para transformarlos en palabras.
Escribir es un trabajo, no es magia y lo de la inspiración es dudoso; sólo la constancia acompañada por la necesidad de liberar todo lo que nos persigue, nos impulsa a llenar páginas y páginas durante días, para que sólo aparezca una palabra, que nos dé la clave de lo buscado.
Pablo Neruda, maestro de la palabra, refiriéndose a ellas y a los conquistadores torvos, que por donde pasaban quedaba tierra arrasada escribió: “salimos perdiendo... salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro...Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras.”
Sí, nuestras palabras, las que heredamos, las que jugaron a encontrarse y desencontrarse en dos culturas enfrentadas: por un lado, los pueblos originarios de América con sus maravillosas lenguas surgidas del colorido de la tierra y la vegetación, sumado a la musicalidad innata de sus habitantes desplegada en danzas y ritos, y por el otro, el español en plena evolución, cuando se subió a las carabelas de los intrépidos conquistadores.
De ese mestizaje lingüístico nació nuestra lengua castellana que nos apasiona, nos condena, y con aquellas palabras que regresan para adquirir otra dimensión, cuando bajamos los brazos y en nuestra humana debilidad le otorgamos el poder de cobrar vida.
Y ellos, nuestros ancestros también las trajeron en los barcos, pero al llegar acá descubrieron que no eran las mismas que los recibieron. Eran otras y debieron aprender a pronunciarlas con esfuerzo para poder nombrar: trabajo, sueños, llanura, pastizales...
Y otra vez en ese entrecruzamiento de sonidos, vocales y consonantes, nuestra lengua madre volvió a crecer para mantenerse viva.
La palabra fue imprescindible de este lado del mar para llegar a la pampa gringa, encontrar agua, construir las primeras casas, y forjar una nueva vida sin hambre y sin guerras. Sin ellas, no hubiesen sobrevivido.
Aunque en verdad, dos eran las palabras: las que se negaban a abandonar, porque pertenecían a su lengua materna y en ellas resguardaban su identidad, y las otras, que los esperaban ansiosas para comunicarse y vivir en comunidad.
La tierra era otra, las palabras eran otras... y ellos ya no eran los mismos, porque lo habían abandonado todo en sus aldeas europeas para forjarlo todo en la soledad de la llanura. Trajeron todo -religión, ideologías, valores, costumbres-, y nos dejaron todo, -la herencia que debemos preservar con actos y palabras.
Las honraron mientras labraban surcos para sembrar las semillas; agradecieron con ellas a los cielos en los tiempos de cosechas, y en las noches de reencuentros con amigos... pero también las hirieron en disputas familiares, en la repartición de herencias y en los secretos guardados en los baúles, que cruzaron el oscuro océano.
Con ellas trabajaron, criaron a sus hijos, concretaron sus sueños, odiaron, maldijeron, pero por sobre todo amaron. Sí, como sabían, como podían, entre tormentas en los cielos y en el alma.
Nosotros, los hijos de los hijos, heredamos su sangre, sus ojos claros u oscuros, sus miradas desafiantes... y sus odios y rencores, que también se nombran con palabras para destruir la siembra, prolongar grietas y separar hermanos.
Esta novela, que desde su nombre lo explicita “Las voces del pasado no mueren” reconstruye el poder de las palabras de nuestros ancestros, que aún persiste en la memoria, en el linaje... porque el mundo que habitamos tiene un horizonte, y en ese horizonte están las palabras, que nos deshumanizan o enaltecen como seres humanos.
ACLARACIONES
- La novela es una suma de relatos con un eje central perfumado con aromas y sabores en los que persisten las palabras de las abuelas y tías solteronas, cuando con sus manos laboriosas hacían de la cocina un arte. Viejas recetas sobrevivieron para demostrar la prolongación de la estirpe en tierras lejanas.
- Van a encontrar un sólo apellido en el texto, porque estas voces son las de todos. Juanes, Catalinas, Franciscos, Emilias, los hubo en todas las familias, y la idea es que relacionen estos personajes, con virtudes y defectos, con los que pertenecieron a sus vidas y a sus mundos íntimos y familiares.
- Leer es relacionar, es ir y venir en el tiempo y en el espacio para abrir la puerta de la memoria, de los recuerdos que regresan con palabras.
- En realidad, ese único apellido que aparece fue necesario, porque de esa manera quería rendirle un profundo homenaje a un hombre único en esta historia familiar, y lo que implicó su italiana presencia en un ámbito de suizos-alemanes.
- Todo el marco organizado para esta presentación forma parte de la historia narrada: objetos, fotografías, cuadros, plantas aromáticas... merecían estar presentes hoy, porque ellos hablan y cuentan sobre los protagonistas de la novela. Tienen vida propia.
2- El Elegido. Cien años de agonía en el Chaco santafesino.
La decisión de escribir esta novela implicó un largo recorrido por material bibliográfico, horas de lectura, estudio y análisis de distintos artículos de opinión y por sobre todo teniendo siempre presente el ensayo del Maestro Gastón Gori sobre La Forestal. No fue menos importante la presencia de los relatos orales recopilados en un viaje al Norte santafesino, donde la realidad me golpeó para dar el impulso que necesitaba y terminar la escritura.
Al comenzar a armar la trama, mi objetivo radicaba en la unión y el entrecruzamiento de tres hilos fundamentales que permitirían el desarrollo de la acción. Tarea compleja enlazar esos elementos reales que unidos a los de ficción debían respetar el tiempo histórico, el tiempo del relato y el de los actores narrando y dialogando para poner en evidencia la veracidad de los hechos ocurridos.
La geografía desde un primer momento fue protagonista para mostrar dos realidades dentro de una misma provincia, que unida al contexto de país que había decidido olvidar ese territorio castigado por la infamia, abarca desde fines del S XIX hasta aproximadamente 1965, cuando parte definitivamente el reino inglés. Pero esa geografía con voz propia continúa denunciando y reclamando el avasallamiento sufrido, la tala indiscriminada del quebracho colorado, la pérdida de especies autóctonas y el exterminio de gran parte de la población, sumado a la marginación a la que fueron sometidos los habitantes nativos que sobrevivieron.
El pasado está presente y cobra fuerza porque en él están vivos aún los ideales perseguidos por los que entregaron sus vidas por defender la tierra, los derechos, la libertad y la imperiosa necesidad de justicia. Y ahí es donde se plantea uno de los mayores conflictos para el escritor para tratar de ser justo y rescatar del olvido a personajes emblemático que la historia no puede olvidar y tiene la obligación de levantar sus banderas por ser la voz de los de abajo, de los humillados, de los desposeídos.
Elegir el nombre de los personajes, si bien en este caso gran parte de ellos son reales y logran protagonismo a través de su hacer o dejar de hacer, con sus rasgos distintivos y con su impronta, para que la acción avance y genere el clima que la obra alcanza.
Pero los otros, los que pertenecen al mundo de la ficción exigen el nombre exacto que no siempre nace junto con su actuar o con el rol que van a desempeñar. En ciertos casos traen el nombre marcado en la frente y ningún otro lo puede reemplazar como el caso de Fátima, la protagonista, o Juan, su hijo. Nunca faltan los que hacen dudar al autor frente a la elección y ante la indecisión prevalecen sus conductas, el lugar donde nacieron, sus costumbres y la forma en que hablan. No se resuelve con facilidad el dilema, ya que a medida que avanza la escritura ellos imponen el nombre que desean tener y en muchos casos desplaza el elegido en primera instancia; tienen vida propia y deciden. Con ellos no se discute, son libres y merecen el mayor de los respetos.
Con respecto a Fátima, su nombre fue anterior al inicio de la escritura y nunca dudé por ser un nombre emblemático en mi vida, por la devoción a la virgen; porque así se llamó una mujer del norte de África y musulmana conocida por fundar la primera institución de educación superior del mundo, aún operativa en la actualidad- (800 – 880), porque es dulce pero a la vez fuerte y significa mujer única. Y mi Fátima es sublime y ninguna otra hubiese podido ocupar su lugar y ser “la elegida”. Aunque recién hace dos meses logré ver claramente su rostro. Paradójicamente necesité perder a una amiga del alma para saber que ella era en realidad mi Fátima, a la que describí inconscientemente con lujo de detalles, sin saber que su imagen era mi modelo. (besos al cielo para Laura que hoy debería estar acá en primera fija junto a mí).
Juan: no existía otra posibilidad para nombrar a ese hijo, ya que de esa manera y con ese nombre bíblico hago referencia a todos los hombres destinados a cumplir una misión.
Con el tiempo y analizando lo escrito pude confirmar mi elección porque si él terminaría siendo masón debía llamarse así, ya que la masonería adhiere con fervor a la figura de San Juan Bautista como Maestro para admirar e imitar en valores y virtudes.
Con Remigia y Eloísa tuve largos y variados conflictos. Las escuchaba hablar, las veía caminar y con sus actos firmes hacer avanzar la acción del texto. Imaginaba sus vestimentas, sus rituales ancestrales, la amistad que las unía y no las podía identificar con un nombre que las represente. Estoy convencida que con el correr de los días ellas decidieron cómo llamarse para cargar sobre sus hombros el destino que las esperaba y con su decisión no dudé en obedecerlas, no vaya a ser que se revelasen y ocasionaran el caos cuando su misión era mantener el orden entre los elementos de la naturaleza.
¿Y los nombres de los masones? Ese fue un capítulo aparte porque si bien se podían utilizar nombres reales -así se establece si los mismos han fallecido-, preferí mantener el anonimato y jugar mezclando nombres y apellidos para no herir susceptibilidades de ciertos lectores ya que nuestra ciudad fue desde su formación tierra de masones que le dieron su impronta, y la historia en cierta medida les ha rendido homenaje con el nombre de calles y plazas.
Al sacerdote del pueblo lo analicé desde distintos puntos de vista antes de designarle oficialmente un nombre. Tenía que llevar un apellido bien italiano como los gringos que llegaron a la pampa santafesina, lo que facilitaría la convivencia y el diálogo interreligioso entre católicos y masones. Además de intermediario y mediador debía manifestar gran lucidez, ser un estudioso y con inteligencia sobrevivir entre dos facciones opuestas. Su rol no era sencillo y al llamarlo Juan Bautista Pierini volví a jugar con la figura contradictoria de ministro de Dios en la tierra, que admiraba a la masonería y compartía sus principios y su actuar a lo largo de la historia.
Para las mujeres del pueblo recurrí a la devoción católica y a la fe ciega que practicaban; no pude dejar de tener en cuenta que formaban parte de una clase social instalada en la zona como los nuevos ricos que vinieron a hacer la América, amasar fortuna, imponer un apellido y formar parte de un círculo social, cultural y político al que pocos tenían acceso.
Y con respecto a los bandidos rurales y fundamentalmente Mate Cosido, respeté sus nombres y apodos ya que la oralidad y los testimonios de sus seguidores transmitieron de generación en generación su actuar para hacer justicia por mano propia. Para muchos son los referentes de una época que partió pero dejó huellas de justicia y libertad más alá de los métodos que utilizaron para lograr sus objetivos: Martina Chapanay, Vairoletto, el gaucho Altamirano, el gauchito Gil, Zamacola,
Al cerrar un libro, después de terminar de leer la última oración, se produce en el lector un sentimiento ambiguo que lo lleva a preguntarse infinidad de cuestiones, las que dejaron la puerta abierta para seguir investigando y establecer relaciones con otros textos leídos o vivencias personales.
Con el paso de los días nos preguntamos qué aprendí con esta lectura o cuál fue el mensaje que me dejó al recorrer sus páginas. El Elegido se respalda sobre tres ejes sustanciales: el poder instalado del reino forestal en el chaco santafesino, el actuar de los bandidos rurales y la fuerte presencia de la Masonería.
En primer término se presenta a la vida como un VIAJE de ida, ya que por más que regresemos al lugar de partida, no volvemos sobre nuestros pasos. El aprendizaje y las experiencias generan nuevos pasos y abren otros caminos. Somos otros, distintos. Crecimos o nos transformamos en esa búsqueda de la identidad ignorada, -como Juan, protagonista de la novela- recuperando una historia silenciada, rindiendo homenaje a los mártires de las revueltas obreras, a los miles de obreros que entregaron sus vidas en los obrajes y en las fábricas tanineras, a los sobrevivientes de las masacres que eligieron el silencio para no morir y a las comunidades nativas masacradas en Napalpí y San Antonio de Obligado, que continúan reclamando verdad y justicia.
Un segundo eje nos deja el claro mensaje de que pasamos por esta vida para cumplir una MISIÓN, y cada uno desde su lugar construye o destruye. La historia, sólo la historia y el tiempo se encargan de enaltecer los actos o rechazarlos por haber alterado el devenir de los hechos.
El tercer eje está relacionado con el nombre de la novela: El Elegido, y estoy convencida que el azar o el destino presentan SEÑALES que hay que saber interpretar porque en ellas, para los que las saben descifrar o leer, está la lección de los personajes convocados para ser los ELEGIDOS.
Fátima, la protagonista, es una elegida por ser la única descendiente de una raza de valientes hombres entregados sin miramientos a la lucha y a la reivindicación de los derechos laborales hasta encontrar la muerte. Ella es mujer y su tarea será doblemente compleja, porque deberá cargar con el estigma de su sexo en una sociedad estrictamente machista y patriarcal. Nada la amedrantará para levantar la bandera heredada, romper las reglas impuestas y escribir la historia que el tiempo se encargará de revelar para que se conozca la verdad de los vencidos y no el relato impuesto por los vencedores.
Su heredero, Juan, será el único sobreviviente de una estirpe en extinción, y asume la plena responsabilidad de dar a conocer la historia de los héroes románticos o bandidos rurales haciendo justicia por mano propia frente a la ausencia de la ley y de gobiernos corruptos. Pero no olvida que su misión fundamental es entregar a Gastón Gori, los cuadernos escritos por su madre para que éste concluya su ensayo sobre La Forestal. La verdad verá la luz en esa obra maestra escrita por el esperancino. No olvida su formación inculcada desde niño, sus amplias lecturas, su ingreso a la Logia y el lugar de respeto y protección que sus Maestros le dieron desde el primer día. Su deuda para con ellos es infinita: haber ayudado a su madre, la mistad incondicional con su padre, el cumplimiento de lo pactado, la educación en valores recibida junto a la formación permanente, y el legado que debe resguardar para que no se pierda en el olvido.
Si hablamos de un cuarto eje podemos hacer mención a dos realidades geográficas y socioculturales totalmente enfrentadas. Un país hacia fines del S XIX hasta nuestros días, una provincia privilegiada dentro del litoral argentino y dos pueblos separados por 400 km de distancia que muestran una realidad totalmente opuesta. Dos imágenes enfrentadas de nuestra Santa Fe.
Nunca existió la intención de instalar un proceso de aculturación en ese Norte, porque los que llegaron movidos por la ciega ambición no vinieron para quedarse, aportar su cultura, sus tradiciones. Sabían que su tiempo era relativo y sólo duraba determinada cantidad de años hasta cobrar la deuda y más, y cuando el negocio ya no fuera rentable, partirían...
Recuerden, si después de concluir la lectura y cerrar el libro estos ejes mencionados: el viaje como aprendizaje, cumplir una misión en nuestro paso terrenal, saber interpretar las señales que recibimos y la realidad de nuestro Norte continúan persiguiéndolos por días y semanas, puedo decir que el objetivo fue cumplido.
Todos venimos a este mundo a cumplir una misión y desde el lugar más simple y elemental que ocupamos hasta el más complejo, nuestro hacer o dejar de hacer será juzgado por la historia que siempre revela la verdad.
“Todo durará lo que dure la sangre, el corazón y el brazo hachando”
“Lo que levanta la mano del hombre, no debe destruir el hombre. Si las fábricas son nuestras, con nosotros han de quedar” Lorenzo Cocchia. Obrero forestal.
3- Antología Literaria “Tierra de sombras y murmullos”
Organizar una antología literaria es una tarea compleja, que implica colocar sobre la mesa todos aquellos relatos, cuentos y crónicas que a lo largo de los años y según el estado de ánimo, el humor y el contexto uno va escribiendo, corrigiendo y reescribiendo. El impulso, a veces, no es buen consejero y sólo el tiempo preservando los manuscritos se encarga de nombrar cada cosa y colocarla en el lugar que merece.
30 textos reunidos bajo un nombre que quizás genera infinitas expectativas que espero poder satisfacer:
“Tierra de sombras y murmullos”, y allí aparecen huellas y rostros de la niñez en el pueblo que me vio nacer y crecer; Gladys, un ángel que me visitó una noche de angustia y me invitó a iniciarme en la escritura; personajes muy cercanos y otros tal vez distantes, pero no por eso entrañables.
No podía estar ausente mi obsesión por darle vida y otorgarle la palabra a los objetos que asumen una voz propia para narrar lo vivido y padecido: los molinos de viento de la Mancha reclamando la partida de sus hijos a tierras lejanas del otro lado del mar; la mesa de los abuelos peregrinando de casa en casa durante casi 100 años hasta encontrar su lugar y seguir siendo testigo de nuestras voces y pasos; la cama donde se nace, se ama y se muere reclamando contar su verdad; la casa abandonada y poblada de fantasmas, que nadie se atreve a visitar por temor a descubrir lo ocultado durante décadas... Ellos también pueden decir y más de lo imaginado.
Las mujeres son protagonistas en varios textos mostrando valentía y entrega absoluta, junto a hombres que dejaron huellas con historias de vida para desandar como en ¿Y los viejos dónde están? Una iglesia con la torre más blanca y alta rompiendo el horizonte de la llanura santafesina habla de ellos, sus proyectos y el lugar elegido como destino final. Y una Capilla abandonada en las sierras de Córdoba revela pactos de amor y muerte.
No faltan entre las crónicas la pasión atroz que conduce a la muerte; la traición familiar teñida de venganza y la obsesión de un líder mesiánico que se cree Dios alentando una matanza contra gringos y masones.
Y un relato escrito entre lágrimas para mantener viva la imagen de mi padre, cruzando la plaza en bicicleta durante toda su vida para llegar a la fábrica, sus sueños hechos realidad y la Milonguita que lo esperaba en el otro cielo para correr la carrera de la eternidad.
No olvidé a San Vito y la pandemia del baile como testimonio de otras pandemias que recorrieron la historia de la humanidad; no podía estar ausente Barolo con su palacio, su relación con la masonería y el delirio de la construcción de ese edifico, obra maestra de la arquitectura, construido a imagen y semejanza de la Divina comedia, para celebrar los 400 años del nacimiento de Dante Alighieri.
Para cerrar la selección era inevitable la presencia de grandes escritores con quienes me atrevo a dialogar, personajes encumbrados de la historia que merecen una página del libro; y lugares que marcaron mi vida: mi pueblo de la infancia con aroma a flores de paraíso, Marruecos con sus hombres azules del desierto, los caminos de La Mancha y mi encuentro con don Quijote, la hechicera Granada con sus gitanos y el Cante Jondo, sumado a esto historias reales de vida convertidas en leyendas.
Sensaciones, imágenes, recuerdos y presencias cobran vida a lo largo de las páginas para despertar en el lector atento esa mágica complicidad que sólo proporciona la lectura en su secreta relación con el autor.
-El camino continúa y una novela, obviamente histórica, me tiene atrapada entre lecturas e investigaciones infinitas. “Dos Remedios en el otro cielo” es un recorrido por gran parte de nuestra historia argentina para contar otra versión de los hechos, los relatos ocultos de la vida de nuestros hombres de la independencia y por sobre todo el rescate de las mujeres anónimas que parieron la Patria.
OBRA | Testimonio y ficción
INOCENCIA DE PUEBLO CHICO.
Tardecitas de mi niñez recorriendo calles de tierra con perfume a flores silvestres y aroma a tierra mojada, cuando el cielo amenazaba con caerse sobre el pueblo entre rayos y truenos, que cambiaban su azul celeste por un gris borrascoso. Las primeras gotas daban aviso de buscar refugio seguro para huir del viento, que comenzaba a perseguir y perseguir furioso todo lo que encontraba a su paso. Retornar a casa para protegerme en los brazos de mi madre aceleraba mi corazón.
Cerrar ventanas, postigos y puertas frente al posible vendaval era lo urgente. Temor y angustia mostraban nuestros rostros al escuchar las amenazas vociferadas en distintos tonos con su poder y ambición de destrucción. Después, seguros y serenos, disfrutábamos de la ceremonia del azucarado café con leche y tostadas untadas con manteca y miel, que desbordaban los panes calientes. Placeres que regresan unidos a recuerdos de días lejanos, que no pude atrapar para detener el tiempo.
El otoño asomaba con sus primeros días fríos y los árboles respondían al ciclo vital de la naturaleza con hojas amarillas, que con el paso de las semanas comenzaban a cubrir calles y veredas. Una alfombra dorada se expandía con cada suave brisa provocada por los suspiros del viento dormido. Patios, galerías y veredas enfrentaban la protesta constante de mujeres, que no dejaban descansar las escobas y encendían fogatas en cada esquina para deshacerse de ellas.
Quizás no comprendían esa magia, que envuelve a la tierra y se la debe respetar para cumplir lo establecido: hojas cayendo obligatoriamente de los árboles fortaleciendo sus raíces para llegada la primavera despuntar con brotes sanos y fuertes. Sabiduría milenaria olvidada por obsesiones que rozaban la tozudez.
Los días se acortaban y el anochecer asomaba muy temprano advirtiéndonos, que nuestros encuentros de barrio y juegos callejeros debían alterar la rutina del verano. Jugar en el montecito en nuestra casita; robar huevos en los gallineros vecinos a la hora de la siesta para hacer tortas de barro y disfrazarnos con zapatos de tacón y vestidos sacados del baúl de la abuela, debían esperar. Era época de estar a resguardo, abrigados, entre juegos de naipes, papeles y lápices de colores para matar las horas mientras mamá escuchaba su radio a transistores esperando el regreso de papá de la fábrica.
La luz aparecía a las seis de la tarde, porque era el horario exacto en que se ponía en funcionamiento la usina del pueblo y sólo hasta las doce de la noche disfrutábamos de ese servicio misterioso, que como niños no llegábamos a descifrar. Velas y faroles estaban siempre alertas esperando algún corte repentino o una tormenta inesperada, que nos dejaba en plena oscuridad hasta el amanecer. A la cama temprano y sin protestas era la orden y no se discutía. Sólo nos quedaban las conversaciones en penumbras entre hermanos hasta que el cansancio nos vencía.
Y mi hermano, siempre el más rebelde no regresaba hasta llegada la noche... y mamá enfurecida cortaba una rama del árbol de la calle partiendo sin pensarlo dos veces rumbo al campito de la otra cuadra. Allí seguramente lo encontraría con sus amigos jugando al fútbol o divagando sobre temas distantes sentado bajo un árbol. De lejos la veía acercarse y huía por otra calle corriendo para llegar a casa antes que ella y salvarse de los chicotazos de la rama. Rápido saltaba la ventana y se sentaba como un duque en la cocina esperando la furia de mi madre. Todos los días se repetía inalterablemente la misma escena, los mismos sermones y amenazas pero nada doblegaba su espíritu andariego.
Tiempos difíciles, tiempos de duras batallas hogareñas, donde se vivía como se podía y no como se quería entre pobreza y escasez de recursos. Cuando las primeras luces comenzaban a iluminar las cocinas, ahí surgían espontáneamente los aromas de las comidas en marcha para la cena. El olor a guisos, frituras y salsas invadían la calle y despertaban el apetito de los que esperaban ansiosos un plato caliente sobre la mesa. Las manos de madre hacían milagros con lo que había en el aparador mientras la cocina a leña no descansaba y la heladera a kerosene se esforzaba por enfriar los alimentos, que debía conservar en buen estado.
Y ni hablar de cuando llegaba el riguroso invierno, mucho más cruel en el pueblo casi campo con sus casas desperdigadas entre arboledas y terrenos baldíos. Ahí sabíamos lo que realmente era el frío, que nos partía los huesos mientras la pobre estufa a kerosene nos ahogaba con sus nauseabundos tufos y el brasero calentaba las habitaciones colmando la casa de humo. La bolsita de agua caliente o la botella de terracota de ginebra eran obligatorias en cada cama con mantas y frazadas, que nos cubrían sin permitirnos cambiar de posición durante toda la noche por el peso que cargábamos. Afortunadamente las suaves medias de lana tejidas por las habilidosas manos de la abuela ayudaban a mantener los pies calientes para lograr un sueño reparador.
Éramos felices con las cosas simples y sin ambiciones desmedidas; disfrutábamos del calor del hogar, las charlas en familia, algunos proyectos a largo plazo y las amistades incondicionales de los que siempre estaban presentes para tender una mano. La palabra amiga tenía un profundo significado al hablar de la honestidad de quien la pronunciaba, del respeto hacia el otro y de la sinceridad que fortalecía y acompañaba.
Los tiempos cambiaron y alteraron su ritmo; ya no necesitamos la bolsita de agua caliente, el brasero o la estufa a kerosene. Ganamos bienestar en un mundo donde cada día es más duro preservar vínculos, entablar relaciones humanas duraderas, reunir a la familia y dialogar con respeto admitiendo diferencias o disensos. Perdimos valores para sumar objetos y ambicionar lo inalcanzable. Vivimos insatisfechos y angustiados añorando lo que no podemos tener mientras la vida se nos va “como puede” y no como anhelamos vivirla en los sueños de la niñez.
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