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Elsa Pomi | Literatura



Elsa Pomi, una de las escritoras de la ciudad de Santa Fe, trabajadora de la palabra extranjera, con Profesión y Licenciatura en Inglés, viene marcando una cronología a destacar de publicaciones en español, que recibieron premios y menciones literarias, pero conserva esa humildad de los grandes hacedores del lenguaje poético. Ese camino sigue floreciendo en su senda, por la calidez de su sensibilidad y porque busca seguir desarrollando su pasión literaria en su elemento. Escribió poesía pero pone predilección en el género de la narrativa. En sus líneas se puede encontrar una experiencia de lectura profunda, directa, desde donde se desprenden instantes que provocan una conmoción interna. Su docencia sin lugar a dudas ha dejado huellas en su alumnado, se debe a sus métodos y a una personalidad carismática. Ex alumnos y colegas remarcan que siempre conserva un trasparente perfil bajo. Con una escritura que no se detiene, Elsa, nos invita a vivir el universo de la narrativa mediante el lenguaje poético. Es un placer conocer su obra, y un honor que sea parte de la Galería "Cohen Art Santa Fe" 2 020.


BIO | Esencial Elsa


Elsa Pomi es Profesora y Licenciada en Inglés.  La escritora trabajó como profesora en diversos establecimientos educativos de nivel medio y superior de la ciudad de Santa Fe. Alumnos de Elsa podrán remembrar su simpatía en la cátedra, la podrán recordar en el fondo del curso desde donde daba sus clases, pocas veces al frente de la clase, incluso los invitaba a formar un círculo en el aula. Siempre se entregó en la docencia con calidez, regalando comentarios humorísticos o poniendo música de fondo. Su alumnado de la Escuela Padre Monti (Santa Fe), podrá mencionar que es una persona atraída por el arte;  actualizarían que siempre los incentivó a la escritura, o se encargaba de realizar alguna obra de teatro, en español o en inglés, junto a colegas como la escritora Jorgelina Garrote. Alumnos o colegas siempre destacarán su perfil bajo y su amabilidad.

Es asociada a la Sociedad Argentina De Escritores (SADE) Filial Santa Fe, y de la Asociación Santafesina De Escritores (ASDE).


HUELLA | Publicaciones y reconocimientos

En el camino de la producción literaria, Elsa, ha establecido una destacada cronología. Entre los trabajos publicados se pueden listar a continuación, mencionando que esta producción literaria a obtenido los Premios que también se detallan: 

  • Segundo premio en el Certamen de Cuento Breve Gastón Gori (1999).
  • Segundo premio del Concurso Nacional de Poesía de la Abadía (2006).
  • Premio Poesía Ciudad Concurso Nacional de Cuento y Poesía de la Asociación Civil de Arte y Cultura de Merlo (2007).
  • Mención en el certamen de Cuento Breve Gastón Gori (2008).
  • Mención única en el Certamen de Novela Leoncio Gianello (2008).
  • Primer premio en Poesía en el certamen Elda Masoni (2010).
  • Primer premio en Narrativa en el certamen Elda Masoni (2010).
  • Finalista en el Certamen organizado por la Biblioteca de la ciudad de Paraná.
  • Primer premio en el concurso provincial de cuentos 40 Aniversario Federación de Bibliotecas Populares de Santa Fe (2013). 
  • Premio edición a la Producción Literaria Local “Municipalidad de la Ciudad de Santa Fe” Género Narrativa. Novela “El relato de la estrella” –Año 2013. 
  • Primer Premio Concurso de Novela Histórica Breve en “Conmemoración de los 200 años de la Independencia”, convocado por Asociación Tercer Milenio en la Cultura, auspiciado por el Instituto de Cultura de la Provincia de Corrientes, 2016. Novela “La traición de las garzas”




OBRA | La narrativa, su elemento

ABRAZANDO EL AIRE 

Saltar de una sola vez los tres escalones para llegar a la entrada de la escuela era lo que su madre le había pedido ese día.

Siempre le daba pequeños encargos antes de salir hacia el trabajo, como lavarse las orejas o cepillarse las uñas, pero ni siquiera ella se había cepillado el cabello esa mañana.  Lo había recogido por detrás, sobre la nuca, en un montículo desparejo y apurado.

Para llevarlo en coche a la escuela nueva no fue a trabajar.  Le gustaba ver a su madre conducir, con la ventanilla baja, el rodete rojizo desgajándose con el viento.  Pensaba que si su padre la viera así, volvería a enamorarse.

El camino le resultaba agradable, a pesar de la ansiedad.  La carretera era ancha y sinuosa, bien señalizada, el aire fresco con eucaliptos perfumantes a ambos lados. Al cruzar el puente notaron que el guarda-rail de la derecha estaba torcido. Sintiéndose mayor, le contó a su madre lo que allí ocurriera la semana anterior.  Lo había escuchado por casualidad en la despensa. Un Ford Fiesta se desbarrancó y el conductor desapareció en la oscuridad de las aguas altas.  La dependiente parecía complacerse en relatar a los clientes que era el lugar elegido por suicidas –románticos o lunáticos-. Era una mujer vieja y parecía conocer bien las historias del lugar.  A Pablo el relato le sonó espeluznante,  pero ahora, al evocarlo y compartirlo se sentía importante, maduro.

La madre sonrió; apenas parecía escuchar. Extendió la mano hacia la radio para subir el volumen.  Estaban pasando una melodía en inglés, una de sus favoritas.  Lo invitó a seguirla con un movimiento de cabeza, a cantarla con ella y al ver que no lo hacía lo reprendió por no haber comenzado a estudiar el idioma.  Pablo reflexionó que con tanta mudanza era ya un milagro que continuase con la escuela.

Siempre se preguntaba si su madre le enviaría las nuevas señas a su padre. Era todo tan vertiginoso: llegar a su casa desde el colegio y encontrarla exultante, en ese estado que  duraría algunas semanas, o tan sólo días.  Todo empacado, ropa y papeles que no servirían más tirados por el suelo, las camas desnudas, los cuadros colgados, despidiéndose. Como alquilaban casas amobladas los cuadros quedaban, pero Pablo a veces se encariñaba con uno y lo escondía entre sus cosas. Había una pintura muy azul de un pájaro solitario posado en un risco que ya había sobrevivido tres mudanzas.  Pablo pensó que si en la escuela le pedían que dibujase algo intentaría hacer ese pájaro.

Cuando estaban tomando el desayuno  la madre le contó que la entrada de la nueva escuela tenía tres escalones altos,  Lo retó a que los saltase de una vez, a ver si se animaba a abrazar el aire, le dijo.  Le causaba gracia cuando ella descendía hasta su edad y le proponía esos juegos, cuando olvidaba el aseo y la prolijidad y rompían en una guerra de almohadones. Los dos eran de risa fácil y se tentaban hasta llorar.

Qué distinto a cuando su madre lloraba en serio, enroscándose en la cama como un cachorro e intentando cubrir el rostro húmedo con la almohada para disimular.  Lo hacía bastante bien.  Parecía dormir. Pero no podía evitar el hipo del llanto que convulsionaba su cuerpo, delatándola.  Entonces, al principio, la acariciaba con suavidad: un brazo, el cabello, un pedazo de pierna, cualquier parte del cuerpo que hubiera quedado fuera de la cobija.  Pero luego había optado por dejar de hacerlo porque en lugar de apaciguar, eso parecía reavivar el fuego y los sollozos se volvían más y más sonoros, hasta casi asustarlo.

           Cuando por fin llegaron a la escuela la madre le dio un beso rápido, apretándolo contra su pecho.  Parecía más pequeño con el nuevo uniforme.  El blazer le quedaba holgado y el azul profundo empalidecía su semblante.  Parecía un pequeño hombre,  tan serio y vestido de ese modo.  Caminaba con pasos cortos por el sendero de lajas irregulares.  No correteaba, como los otros niños, sino que seguía una línea recta, su cabeza gacha, los ojos fijos en el suelo. 

              Desde la distancia los escalones se veían exageradamente altos.  Eran peldaños enormes, grises y amenazantes, con un borde filoso.  De trastabillarse, podría caer para atrás y  lastimarse y una caída despertaría la risa de los demás, de esos futuros compañeros que lo recibirían con burlas. Ciertamente, el juego había sido una tontera, como  haberle mandado el e-mail a Sergio, pidiéndole que lo recogiera a la salida del colegio.  Aún sin el e-mail apenas supiera la noticia vendría a buscarlo.  Ahora se habían mudado tan cerca que les sería sencillo a los dos restablecer el contacto.

Vio que Pablo ya estaba a unos pasos de la escalera.  ¡Dios!, pensó, ¡cuánto pesa la mochila!  Jamás lo logrará y sentirá vergüenza. Ella ya se hubiese vuelto corriendo hacia la vieja camioneta donde su padre la estaría esperando, sus ojos saltones burlándose, sugerentes, prediciendo su vida.  Podría bajarse del coche y llamarlo, gritarle que había olvidado cualquier cosa, el dinero para el almuerzo.  Pero ya era tarde.

             Pablo  estaba junto a la escalera y sin titubear o mirar atrás subía los peldaños uno en uno.  Cuando llegó a la explanada se acercó a un grupo de estudiantes y les tendió la mano.  Podía adivinar en su cara la sonrisa abierta de Sergio.  

Consultó su reloj y vio que era temprano.  La hora pico recién comenzaría dentro de dos horas o dos horas y media.  Era el momento adecuado para retomar el camino hacia el puente.  Con el escaso tránsito sería sencillo controlar movimientos y aceleraciones.  Cuestión de segundos: una melodía en inglés, el perfume de los eucaliptos y el aire, dejándose saltar.  Ni siquiera sentiría culpa por causar molestias.  Nadie se había tomado el trabajo de reparar el guarda-rail. (D.R)



Un extraño paréntesis en la vida de Marité

María Teresita de las Mercedes bajó los tres escalones del umbral de su casa con el buen humor que le causaba, todos los mediodías, a la una y quince, recorrer las veintitrés cuadras que la distanciaban de la Biblioteca Alberdi, donde trabajaba. En realidad, lo que la ponía de buen humor era pasar las siguientes seis horas, exactamente hasta las siete y treinta, cuando la biblioteca cerraba sus puertas, en ese ambiente familiar y tranquilo.
Es que Marité, así la llamaban sus amigos, era una persona de naturaleza feliz, de buenos modales, sensibilidad para las cosas bellas y un don para estar satisfecha con aquello que la vida le ofrecía. Miraba a los infortunios de soslayo con la certeza de que lo malo, así como lo bueno, pasaría.
Su vida, en su opinión, había sido bastante apacible: hija única de unos padres que la cuidaron con todo esmero, hasta que ancianos ya, habían muerto en paz, vivía sola con su perra Muñeca en una casa pequeña que le permitía el sencillo placer de un jardín trasero donde cultivar unas cuantas flores de estación. 
Su rutina era de una constancia absoluta. Se levantaba invariablemente a las seis cuarenta y cinco. Se preparaba un té de manzanillas con un par de tostadas y por aproximadamente dos horas leía con interés algún libro traído de la biblioteca. Se había impuesto como regla no demorarse más de una semana para la devolución, aunque sabía bien, que como  bibliotecaria tenía la prerrogativa de tomarse más tiempo. A veces, esta disciplina le había ocasionado horas de desvelo, como cuando decidió, junto a Proust buscar el tiempo perdido, o cuando se lanzó con la ingenuidad de un novato a la recorrida del Ulises de Joyce.
Después de estas experiencias, optó por novelas cortas, o por sus predilectas: las biografías de santos, de extensión limitada, ya que por lo general, morían jóvenes. 
Finalizadas las horas de lectura se dedicaba a la limpieza de la casa, preparaba alguna tarta dulce para el té de los sábados con sus amigas o para la kermesse de la parroquia.
Los viernes a la mañana salía de compras: le gustaba verse elegante y estaba muy orgullosa de su aspecto. Aunque era de una silueta enjuta y algo sombría, los trajecitos príncipe de Gales, las polleras portafolios y los foulard de tonos suaves le sentaban muy bien.
En el invierno, a la una y quince de la tarde, no encontraba en la calle más que a los estudiantes que salían del Colegio de las Mercedes, querido colegio al que había concurrido y le debía uno de sus nombres. Por lo demás, el vecindario, habitado en su mayor parte por gente de mediana edad, se encontraba desolado a la hora de la siesta.
Recorría el boulevard a paso rápido. En el camino iba reconociendo los mojones familiares que formaban parte de su rutina de años. El imponente edificio en el cruce con Urrutia, que había observado crecer desde los cimientos; ciertos jardines que atraían su atención ya sea por la buena elección de lo plantines y enredaderas o por el descuido en que se encontraban. Miraba con desaprobación los pastos crecidos y las plantas ahogadas por la maleza y de buena gana hubiera llamado a la puerta para reprender a los responsables de ese agravio. También la entretenían los negocios: la tienda de finas telas y alguna sastrería elegante.
Uno de sus comercios favoritos era la casa de antigüedades “Rincón de recuerdos”, que quedaba a mitad de camino. Nunca había entrado a comprar nada. Su sueldo de librera no lo habría permitido, pero gozaba de ver las curiosidades en la vitrina: los violeteros de cristal, las muñecas de porcelana, algún viejo reloj cansado de andar. También había allí un espejo nada lindo.
Enmarcado por una madera más bien rústica y con profundas marcas de años, el vidrio, sin duda, afinaba la silueta. Debía haber pertenecido a alguna tienda de ropa para damas. Sabía que allí, los espejos producían esos trucos. En realidad, lo que la atraía eran sus  dimensiones. Era un espejo enorme. Allí se podía ver casi de cuerpo entero. Desde las rodillas, altura donde comenzaba la vidriera, hasta la cabeza. Controlaba entonces con esmero el cuidadoso maquillaje, la melena castaña, corta y prolijamente alaciada hacia adentro, el cuello de su saco, el pañuelo que le protegía la garganta. Se veía glamorosa y fina y admiraba para sus adentros su impecable gusto para combinar los colores.
Esa tarde, como de costumbre, se detuvo junto a la vidriera, con anticipación retocándose el peinado. El reflejo le devolvió una sorpresa. Veía ante ella una mujer joven y generosa en carnes, con un busto firme y decidido, cubierto apenas por sutiles encajes. Una cara redonda de cálidos labios carmín la enfrentaba del otro lado de la vidriera.

La señorita Marité no tenía en absolutos brotes esquizofrénicos y tardó solamente un segundo en darse cuenta de lo que ocurría. Finalmente habían vendido el viejo espejo y había sido reemplazado por una mala copia de Berni en la que el autor no había regateado en el uso de telas y yeso. La provocativa figura que la enfrentaba no era ni más ni menos que Ramona Montiel. El exuberante erotismo de la cortesana se vislumbraba a través de plásticos encajes. Un enorme arreglo coronaba sus despeinados cabellos, que a la vez enmarcaban una cara sensual y desafiante. Los pechos, redondos como melones y la cadera amplia y
complaciente invitaban a compartir la rosada planicie de la cama.
Sonrió pensando en la sorpresa que le había causado la transformación de lo que por un momento pensó era su imagen. Casta por vocación, principios y destino, educada en colegios religiosos, había inclusive llenado los formularios para entrar en el convento de las esclavas como postulante a novicia. Sólo la había hecho volverse atrás un miedo infantil a la claustrofobia del convento y su naturaleza sociable ¡Ella una prostituta del bajo Buenos Aires! La idea era tan ridícula que le pareció inofensivo jugar un poco con ella.
Las cuadras siguientes se le pasaron volando como volaba su imaginación.
Se vio a sí misma un poco más voluptuosa pero con la misma melena rigurosa, cortada al hombro, un poco más pintarrajeada la cara y paseando sus encantos por las tabernas de la Boca. Se imaginó recorriendo la vida de protector en protector, del amigo marino al militar, del militar a la guía espiritual, que probablemente la visitaba con dudosas intenciones. La  visitarían un embajador y un conde, y también un joven marino que venía de ultramar.
No quiso imaginarse más, pero llegó a la biblioteca con las mejillas encendidas y el corazón palpitante. Cometió más que una distracción al llenar ficheros y acercar los libros y sus compañeros se preguntaban qué le ocurría a su proverbial eficiencia.
Esa noche no pudo dormir. Después de prepararse una frugal cena que apenas mordisqueó, se fue a la cama. Y comenzó a soñarse. Se vio en un bar de inmigrantes, tomando copas hasta el amanecer, bajo la mirada lasciva de hambrientos marineros. Se soñó dejando el bar envuelta en brazos fornidos y tatuados. Sentía dentro de su boca su aliento a ron, veía como su pálida nívea piel era recorrida por manos oscuras, pintadas por el sol del océano. Se estremecía ante el contacto de la aspereza de los dedos, agrietados por el mar. De pronto, su cuerpo quieto y temeroso comenzó a animarse. Su boca osó recorrer el cuerpo salado, profundizó en aromas masculinos, tocó, olió y degustó. Incursionó en un deleite esperado, gimió y floreció.
Se levantó un poco más tarde y le costó concentrarse en la lectura. No regó las flores y hasta se olvidó de darle de comer a Muñeca, que de todas maneras la acompañó hasta la puerta meneando la cola y perdonándola, exactamente a la una y quince.
Caminó con paso rápido por el boulevard. Le molestaron un poco los mocosos bullangueros que salían del colegio de Las Mercedes. Se olvidó de la tienda de telas y de la sastrería. Cuando estaba por llegar a la esquina de Urrutia, decidió el cambio de camino. Le haría bien oxigenarse y recorrer otras calles.
El trabajo en la biblioteca fue irritante. Las horas no pasaban nunca y los lectores no se decidían y confundían las fichas de los libros. Como si fuera poco, sus compañeros no dejaban de observarla con curiosidad.
Eso fue un martes. El miércoles se cayó en la calle. El jueves derramó el té en las obras completas de Emily Dickinson y el viernes tuvo un ataque de risa ante un adolescente desprolijo que le pidió “algo fácil para la prueba de Literatura”. Respiró con alivio cuando pudo dejar el odioso edificio y volver a su hogar.
El fin de semana fue azaroso. No quiso reunirse con sus amigas a tomar el té porque ninguna de las prendas guardadas en su ropero le parecieron lo suficientemente coloridas y femeninas. La tarde se le hizo interminable. Para matar el aburrimiento tomó unas tijeras y se cortó el cabello en mechas irregulares, se llenó de ruleros y esperó ver el resultado. Ante el pequeño espejo del baño, lloriqueó frente a su cabeza de Medusa y trató de alisarlo lo mejor que pudo. Reflexionó que así las cosas no podían continuar.
Su abuelita , que en paz descanse, solía decir, “ muerto el perro se acabó la rabia” y eso sería finalmente lo que debía hacer. El lunes por la mañana iría al “Rincón de los recuerdos” a comprar la reproducción, luego la tiraría por ahí, y pasado el tiempo se iba a olvidar de la imagen corrupta.
El domingo a la noche casi no pudo dormir. Se levantó al amanecer y se vistió implacablemente con su mejor ropa de mujer decente. Su intención era que le quedase claro al anticuario que no sentía ninguna simpatía por la obra que estaba por adquirir. Caminó con paso nervioso por las calles desconocidas a la luz de la mañana. Repasaba mentalmente lo que sería su diálogo, cómo regatearía el precio si fuera necesario, las miradas frías que echaría al vendedor si estaba se atrevía a enumerarle las bondades de la obra.
Grande fue su asombro al llegar al negocio. La vidriera lucía renovada. El cuadro no estaba más. Quizás lo habían vendido la semana pasada. Eso en realidad no era importante Para su alivio había sido reemplazado, por un retrato en una sencilla gama de ocres, de Santa Teresa de Avila. Marité deshizo el camino a su casa rezando el rosario en agradecimiento.

EXTRA | Redes Sociales y Contacto

Facebook: Elsa Pomi

Correo electrónico: elsa_pomi@hotmail.com

Dicen que educar es dejar huella, sin dudas Elsa lo ha logrado. Este artículo tuvo el génesis en un recuerdo de un ex alumno pero más aún por el reconocimiento o el respeto que tiene de sus colegas escritores, por sus premiaciones pero más aún por lo que evoca desde su producción de escritura literaria. Mientras redactamos este artículo, con música de fondo, nos quedamos pensando en el texto literario compartido ex post y esperando su próxima entrega narrativa.

Esperamos hayan disfrutado el presente artículo, si es así los invitamos a dejarnos su #MeGusta, #Reacción y/o/a darle #compartir en sus redes sociales para difundir nuestro trabajo, pero sobre todas las cosas para darle promoción a esta destacada escritora santafesina, todavía de Elsa Pomi hay mucha narrativa por venir. ¡Buena vida luchadores!






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