José Luis Pagés es un escritor que nació en la ciudad de Santa Fe en 1947. Trabajó como periodista para distintos medios del litoral argentino. Escribió crónicas de sucesos, cuentos, relatos y tres novelas cortas. Es asociado de la Asociación Santafesina de Escritores, A.S.D.E. institución que en los años setenta lo recibió en su taller literario, que era conducido por Edgardo Pesante y Miguel Ángel Zanelli. Luego integró la Comisión Directiva como Secretario de Actas. Fue publicado por la Universidad Nacional del Litoral y diversas revistas culturales, fue premiado por A.S.D.E. en convocatoria de inéditos y reconocido en Concurso de cuentos en el "Premio Municipalidad de Santa Fe" y "Mateo Booz" (de A.S.D.E). En la actualidad Pagés trabaja en un nuevo libro de cuentos que reunirá historias que se crean con lo que él define como una rara sustancia encontrada entre la oscura vigilia y el mundo de los sueños. Valeria Elías publicó que "su vida es una vocación a la palabra, al relato, al contar, al decir y bendecir las notas más oscuras. Una pluma que hace que hasta el más terrible homicidio te haga sentir cómodo.” Es un honor conocer su obra y que sea parte de la Galería "Cohen Art Santa Fe", Edición 2023.
BIO | Esencial
José Luis Pagés nació en la ciudad de Santa Fe en 1947. Trabajó como periodista para distintos medios del litoral argentino. Escribió crónicas de sucesos, cuentos, relatos y tres novelas cortas. Es asociado de la Asociación Santagesina de Escritores. En la actualidad Pagés trabaja en un nuevo libro de cuentos que, como sus obras anteriores, él manifestó:...reunirá historias amasadas con esa rara sustancia que solo se encuentra entre la oscura vigilia y el mundo de los sueños.
Hoja de ruta | en primera persona y citas
Los 60
Empezaban los sesenta cuando el padre de un amigo escuchó la letra de una canción que yo había compuesto, quedó pensativo y me preguntó si sabía que en el barrio “Ahí a la vuelta”, vivía un escritor. El día después llamé a su puerta y me presenté. Hugo Mandón, escritor y periodista era el autor de la Gente y su sombra, un programa que emitía la radio universitaria LT10. Por esos días ocurrió también que, con motivo de un intercolegial de literatura, Mora Torres y yo hicimos amistad. Luego, ella con su pareja y yo con la mía nos hicimos asiduos visitantes de Hugo quien nos dio libre acceso a su biblioteca y se convirtió en nuestro guía.
Un día mostré a Mandón un par de cuentos que había escrito y me miró seriamente, me dijo, “cuando en el primer párrafo de un cuento aparece un cuchillo, ese cuchillo debe tener un valor fundamental en el relato”. Revisé mis trabajos y sí, un objeto estaba de más no hacía falta o no había sido bien aprovechado. Unas semanas después yo podría escuchar esos cuentos y otros relatos dichos por un profesional de la locución en un programa nocturno que Mandón compartía con Arturo Lomello en LT10, pero eso no fue todo , brillante como siempre Mora Torres se permitió el lujo de ganar el “José Pedroni” premio mayor, para casi una niña, de la poesía santafesina.
Pasó el tiempo y nuestras visitas a Hugo se fueron espaciando en la medida que otras necesidades se iban imponiendo en nuestras vidas, solo mencionar el trabajo, por ejemplo y por qué no el imaginable cansancio que significaba cargar con la responsabilidad de mantener viva la cultura de los albardones costeros. Precisamente Hugo había dado el nombre de ”Pez Pan” a nuestro grupo. Desde Don Luis Gudiño Kramer hasta el Turco Saer, los creadores y seguidores del grupo Adverbio, grandes lectores de Faulkner, Hemingway y Dos Passos, parecían haber acampado definitivamente a orillas del Mississippi, en aquella “Isla Del Verano” de Erskine Caldwell, que tantas similitudes encontraba con los hombres y las islas del Paraná.
Los 70
Cuando llegaron los 70 ya publicábamos cuentos y poemas en el suplemento cultural que en el diario El Litoral de Santa Fe sostenían José Rafael López Rosas y José Luis Víttori. Ser colaborador del diario en ese espacio valió como antecedente para poder ingresar a la oficina de prensa de la Jefatura policial un lugar donde yo no tenía más ojos que para observar el trabajo de los periodistas de los distintos medios y una colección completa de la Gran Enciclopedia Universal Espasa Calpe a mi entera disposición. También fue por aquel tiempo que me sumé al primer taller literario de la A.S.D.E que tan dignamente conducían Edgardo Pesante y Miguel Ángel Zanelli.
En 1975 pude ver impresos en forma de libro algunos de mis relatos, eso ocurrió con la publicación de Poemas y Cuentos del Taller (de la Asociación Santafesina de Escritores). Esos 500 ejemplares reunían trabajos de Tincho Actis, Cesar Bisso, Marcelo Bussi, Adriana De Caminos, Horacio Hanorva, Ana María Piedrabuena y Demetrio Ureta. Mi ficha bibliográfica daba cuenta de una mención en el premio “Mateo Booz·, una mención en el premio “Municipalidad de Santa Fe” y el premio anual en narrativa, inéditos, de la A.S.D.E.
Meses más tarde -formaba en la comisión directiva de la A.S.D.E como secretario de actas-, cuando mi vida dio un vuelco inesperado. Con el cambio de gobierno fui alcanzado por la ley de prescindibilidad (febrero del 77), pero superado el primer momento de confusión sacudí la modorra burocrática que se había apoderado de mi y en cinco años aprendí distintos oficios que me permitieron vivir dignamente hasta que en abril del ‘82 “El Federal”, diario de la multipartidaria que dirigió César Jaroslaxsky abrió sus puertas en Santa Fe. Trabajar en una redacción siempre había sido mi mayor anhelo.
En marzo del 76 había publicado siete cuentos breves en "Trama Arte y Literatura", una revista cultural, pobre en número de páginas y ejemplares, que sacamos adelante Matías Rodríguez, Mora Torres, Demetrio Ureta y yo. Colaboraron con nosotros los artistas plásticos Ricardo Suspisiche y Luis María Barraguirre. Nuestro escritor invitado de entonces había sido Edgardo Pesante. A fines de ese mismo año publiqué “Fidelia”, mi primer libro de cuentos.
Dedicado a mi esposa, Ana Candioti y a mis hijos el libro “Fidelia”, que reunía cuentos publicados en el diario El Litoral, fue prologado por mi hermana en letras, Mora Torres, quien ya tenía nombre propio a nivel nacional. Escribió ella: ·” No sé si un músico o pintor puede realmente influir sobre un literato, pero si se me pidiera que comparara los cuentos de Pagés con alguna otra obra de arte, creo que solo vendrían a mi memoria algunas reproducciones de los cuadros de Chagall” y “Quiero agregar que José Luis tiene quizá el don de dar el tiempo necesario y exacto para desarrollar brevemente argumentos de una gran densidad, argumentos que van desde la condición humana hasta lo imponderable de la historia mágica”.
Los 80
Recién en 1985 volví a publicar, esta vez en los Cuadernos de Extensión Universitaria, U.N.L. colección que dirigiera Edgardo Russo quien al momento de prologar “El hombre de los perros dálmata” parece hablar de un narrador distinto de aquel al que viera Mora Torres, Dice Russo: ”En el espacio de la proposición freudiana de lo siniestro como algo que ha sido familiar y hemos olvidado, se desarrollan los cuentos de José Luis Pagés, aunque en una vertiente del género fantástico que lo aproxima más al uruguayo Felisberto Hernández que al gótico crepuscular de los alemanes ,o al de un Poe, por citar ejemplos célebres. Así los cuentos encuentran su “efecto” en la grieta que se abre en la experiencia de lo cotidiano, y en la corrosión de esa experiencia por un “otro mundo” imaginario que puede ser redentor o aniquilante”
Los 90
En el 93 presenté “Todos los jueves” un libro artesanal que imprimí en mi taller serigráfico con magníficas ilustraciones de Marcelo Soler, ese relato mereció un comentario de Rosa Gronda. en el suplemento cultural del diario El Litoral: “La primera vez que leí “Todos los jueves” de José Luis Pagés, me perdí. Se me apagó la luz. Anduve a tientas hasta que una sensación de claustrofobia me impulsó a subir a la superficie. Necesitaba oxígeno y claridad al menos una linterna para recorrer una ciudad que vagamente reconocía como detrás de un vidrio brumoso. Una nocturna ciudad fantasmal donde recordaba un taxi _una contemporánea barca de Caronte_ que atravesaba calles destruidas , “Los Ángeles” ¿nombre significativo? Es una tienda que ya cerró _se comenta como al pasar_ y los amigos que se buscan en el “centro”, no se encuentran…El taxi se desplaza finalmente hacia los bordes urbanos, hacia la orilla del río, hacia el límite. Sus ocupantes buscan datos sobre una joven y bella mujer ahogada”.
Y también Rosa Gronda entre otras reflexiones apunta algo que parece responder a esa diferencia de enfoques entre Mora Torres y Edgardo Russo con esta observación: “El espacio final que se reduce: la celda que reproduce el infierno interior. Un caldero donde crepitan las pesadillas intemporales de Goya o las alucinaciones de Hoffman y Poe… Distanciado del humor melancólico de “Fidelia y otros cuentos”, un lejano hijo de los 70, la última década del siglo ha impreso su huella sombría en el desencantado registro de un mundo cada vez más parecido al despersonalizado contexto urbano de Blade Runner”.
Siglo XXI
En 2015 la Colección Itinerarios -Ediciones de la Universidad Nacional del Litoral- publicó “El viejo del agua” un conjunto de 36 relatos al que Enrique Butti dedicó un generoso prólogo. Dice Butti: “En la poesía de estos relatos lo que, epifanía o tenebrosidad mediante, atraviesa paisajes y personajes y situaciones para sorprendernos -la imagen podría ser de Pagés- al dar vuelta una esquina. Esa poética sabe manifestarse con furtiva exactitud para solapar mejor el momento en que irrumpen sus sorpresas de manera que a la par de una embestida feroz se modere sin énfasis ni golpe de efecto, por contraposición el resto, lo trivial u ordinario, adquiere el amenazador viso de un mundo donde puede esperarse en cualquier momento la irrupción de lo que en cuestión irrumpió”.
Y Enrique Butti agrega: “Como toda buena narración en primera persona, los narradores de Pagés -aunque asuman el carácter de simples testigos- son siempre el personaje principal. incluso cuando desaparezca bajo las vestes de un cronista desapasionado, todo estará cifrado en su dicción, en la voz de su mirada, digamos. En la observación siempre ladeada con que algo se nos describe, o en la voz de su oído, que sabe transcribir con certero ajuste un diálogo. Y hay en esa voz una fascinante inocencia, una ingenuidad a veces cómica , pero más a menudo atónita, consternada, una inocencia escandalizada ante las raras manifestaciones del mundo”.
Respecto a los 36 relatos en cuestión Estela Figueroa, quien nos dejó buena parte de la mejor poesía santafesina, se preguntaba en la revista La Ventana; “Pertenecen a la literatura fantástica” o nos muestran un mundo “real” que no vemos por miedo? Muchos de ellos _por los relatos_ terminan abruptamente: el autor los liquida, Nos deja esperando un final que no aparece. ¿Acaso se parecen a pesadillas, a alucinaciones? No puedo dar ninguna explicación, me deslumbran. Es como si nos sugiriera, sigan solos”.
A propósito de El viejo del agua Estanislao Gimenez Corte escribe: “Hay en los textos, también, una suerte de ensoñación trágica que provendría de esta máxima: a un tipo normalle pasa algo extraordinario; un episodio mágico se cuela entre la chatura de lo cotidiano. “Obra Maestra” _por uno de los cuentos, dice_ es un lúgubre intercambio entre ancianos y niños. “Una máscara oscura”, se deja leer como una pintura onírica. “Nadas de nada· es una pesadilla a lo Poe. “El paso de Woolsky”, recuerda a los policiales clásicos y alcine de la época de oro. “Protocolo” y “La soga al cuello” son de la década del 70 y parecieran corresponder a un estilo vinculado a ciertos autores del boom latinoamericano. Sestaco desde mi propioplacer a “El rumor”, “Ojos amarillos” y “El hombre de los perros dálmata”.
"La pluma de Pagés o, mejor, el golpe sobre la máquina de escribir (ese ruido, esa fuerza motriz), parecen a invitarnos a doblar o invertir lo cotidiano a esperar algo -no esta normalidad-, a través de una imaginación candorosa o siniestra. Sus textos nos empujan, nos arrastran -como un cuerpo a cuerpo- a sentir que esto no puede ser todo.”
Hacia 2017 publiqué “Policiales, crónicas santafesinas”, con un minucioso y extenso prólogo del mismo Estanislao Gimenez Corte, con lo que resulta un honor para mi que un poeta y escritor, estudioso del fenómeno literario, dedicara estas palabras a mi libro: “Uno de los méritos indubitables de “Policiales” es el trabajo de la crónica desde la literatura; el modo en el que el autor hace literatura con lo real, con lo áspero de lo real, a partir de episodios más o menos pequeños que levantan vuelo en la locura, en la paradoja, en el absurdo de las resoluciones o en decisiones a menudo trasnochadas que se dirigen fatalmente a la tragedia. Eso es, pareciera; el modo en que el desastre se hace cuerpo y carne en personajes menores que, a veces, a partir de un acto reflejo, matan o son muertos, o se hunden en el desastre, o desatan una espiral de delirios consecutivos”
“Pagés -sostiene E.G.C.- se propone, digamos, historiar esa tragedia de aquí nomás, el crimen menor que se conecta con otros míticos o grandes, la manía de contar de modo elegíaco la comedia humana y la consecuencia de sus actos, el ansia por establecer una prosa literaria para decir la historia de delincuentes y criminales; esa prosa no necesariamente tiene que abandonar lo coloquial y aún lo costumbrista, pero, una vez más, la organización, el ritmo, el tono, nos obligan a calificarlos de otro modo, justamente, como a pequeños relatos de entrecruzamiento entre registros diversos, que, sin grandes pretensiones estilísticas pueden elaborar una historia seductora y grande en el texto equilibrado, ya que la carga está en la propia historia y no en malabares formales. Estos relatos se cuentan así, con prosa fina que los convierte en otra cosa; en una pieza representativa del drama humano que desconocemos y que ocurrió en la puerta de al lado”.
Tiempos de pandemia
Más cerca en el tiempo y como “Policiales” confié a Flor de Loto Ediciones la impresión de tres novelas cortas cuyas tapas fueron ilustradas por la talentosa artista plástica Susana Sabatté. Se trata de “La Piojera”; “El desquite de Renard” y “El anatema del oro”, las que fueron presentadas en agosto del 22 en el local de la A.S.D.E. gracias a una gentil invitación de la institución, luego, ejemplares de las mismas pueden encontrarse en la biblioteca que lleva el nombre de Don Luis Di Filipo.
En cuanto a los trabajos que aún permanecen inéditos como “La Cordial” y que, como dichas novelas, se definen por un perfil policial o algo más tenebroso todavía, observa Valeria Elías en Portalnews.ar: “José Luis Pagés nació en La Cordial, nombre con el que se conoce a la ciudad de Santa Fe. Periodista y escritor su vida es una vocación a la palabra, al relato, al contar, al decir y bendecir las notas más oscuras. Una pluma que hace que hasta el más terrible homicidio te haga sentir cómodo.”
OBRA | Publicaciones
Pagés, entre otros títulos publicó:
- Fidelia y otros cuentos (Ed. Castellví)
- El hombre de los perros dálmata (Ed. Extensión Universitaria de la UNL)
- Todos los jueves (Ed. del autor)
- El viejo del agua (Universidad Nacional del Litoral)
- Policiales, crónicas santafesinas
- La Piojera (Flor de Loto Ediciones)
- El desquite de Renard (Flor de Loto Ediciones)
- El anatema del oro (Flor de Loto Ediciones)
GALERÍA | Selección "Cohen"
Prentación de trilogía de novelas en A.S.D.E - Año 2022.
Junto al escritor Jorge Roldán, Secretario de Cultura de Asociación Santafesina de Escritores (A.S.D.E)
Junto a su Hijo (músico invitado),
al editor de su trilogía, el Secretario de Cultura de A.S.D.E escritor Jorge Roldán, Secretario General Leonel Alvarez Escobar y colegas escritores Norma Battú, Pilar Barenghi, Miguel Ángel Dalla Fontana, Maria Rita García Lamas y María Luisa Ferraris (miembro de la Comisión Directiva de A.S.D.E)
OBRA | Escritura literaria
EL OMAR
Por José Luis Pagés
Que mi prima la Blancanieves siempre fue amiga de armar un escándalo en cualquier momento, por cualquier motivo y en cualquier lugar era cosa sabida por todos, pero nunca nadie imaginó que su capacidad de hacer daño fuera tan grande como para encender la mecha de esta guerra que ahora nos enfrenta a los Tetes Lencina y a todas las viejas familias de El Chilcal, nuestro barrio de la infancia.
Cuando días atrás llegó de visita tan regia, soberbia y despreocupada como siempre mis hermanos y yo nos dijimos, “Cayó piedra sin llover” y en pocas palabras nospusimos de acuerdo para hacerle la vida imposible, porque el deseo de todos nosotros, todos menos Madre, era que esa loca se volviera por donde había venido, pero ella había viajado desde San Telmo con el solo propósito de plantar la bandera de la discordia y desaparecer.
Consecuencia de este paso fugaz por Santa Fe fue la separación del tío Jiménez y la tía Teresita, dos viejos que de puro viejos habían olvidado que eran marido y mujer, pero todavía vivían juntos como antiguos camaradas. El escuchaba radio y ella le cebaba unos amargos cuando la Blancanieves los encontró en el patio, bajo el parral de la casa de al lado. Un rato después volvió con la vieja a la rastra para abrirle la cabeza _eso dijo_, en el comedor de casa.
Con voz alta y clara para que todos escucháramos bien le hizo saber a la Teresita que Jiménez se había aprovechado de su generosidad durante toda la vida de casados para tenerla como ahora la tenía, arrumbada como un mueble viejo en el rincón de los recuerdos. Los tíos vivían en la casa de al lado y nosotros, sobrinos y vecinos, nunca habíamos advertido tamaña desigualdad en esa relación
Madre intervino entonces, dedicó un abrazo fraterno a tía Teresita y como es su costumbre apoyó los dichos de la Blancanieves con un encendido discurso contrario a la mentalidad patriarcal que le hizo creer a un hombre pusilánime como fue nuestro padre que la podía tratar como a un estropajo porque ella puso fin a la primera afrenta la misma noche que abrió la ventana y le tiró toda la ropa a la calle, porque ese pajarón, retrasado mental y culo empolvado, no la iba a tomar jamás por hija de la pavota.
Después, siempre abrazada a la Teresita, Madre nos mandó al almacén de la esquina en busca de media docena de porrones, una caja de huevos, un paquete de galletas marineras, unas latas de picadillo y dos bolsitas de papas saladas. La dueña del almacén atendió el pedido acomodó en tres bolsos la mercadería y anotó en la libreta antes de dirigirnos una mirada de desconfianza y despedirnos con un gruñido.
Cuando volvimos la Blancanieves no estaba y Madre nos dijo que ella estaba en la casa de al lado para tener una conversación a solas con el tío Jiménez, así que dejamos la compra sobre la mesa y trepamos a la pared medianera para curiosear la reunión ocultos entre las hojas de la parra. Entonces ella le decía que si había trabajado como un burro toda la vida no había sido solo para sostener la casa, sino también para satisfacerla a ella en todos sus caprichos.
“Usted tío Jiménez que se paso la vida detrás de un mostrador, bien merecida se tiene una temporada de descanso en las sierras de Córdoba, en el mar Caribe o donde mejor le parezca”, le dijo y en seguida se ofreció como guía y dama de compañía. Mi prima la Blancanieves tiene un lomo bárbaro y se viste como una modelo francesa. El tío Jimenez no lo pensó dos veces y dijo que sí, porque como sabía decirnos cuando nos pedía que le jugáramos un número a la quiniela: “a la ocasión la pintan calva”.
“Parecés una cocotte de calle Corrientes”, le decía mi abuela Anastacia a la Blancanieves cuando ella todavía no llegaba a los 14 y se probaba las pilchas ante el espejo del ropero. “Lo que no entiendo, retrucaba nuestra prima porteña, es cómo podés vivir en este lugar que parece la ciudad de los muertos que caminan, si vos naciste en Buenos Aires”.
Esa misma noche la tía Teresita lo agarró al tío Jiménez, lo trató de monstruo y le enrostró su falta de consideración porque que nunca jamás la había ayudado en la cocina ni la había llevado de vacaciones. Ni siquiera la había invitado a tomar un refresco en alguna confitería del centro. Enfurecido el tío refutó esos dichos haciéndole notar que no hacía más de dos años habían ido juntos a la chopeteada que armaron los bochófilos para las familias de el El Chilcal Unido. Luego, puso fin a la discusión con un portazo que hizo temblar la casa y se tiró a dormir en la cama que hasta ese momento había sido compartida por los dos.
“Qué bruto, dijo Madre, de lo bien que hiciste de venirte acá, a ver si todavía te mata”. Teresita se acurrucó entre sus brazos y lloró amargamente como yo nunca la había visto llorar antes. Y ahí fue que la Blancanieves me dijo que la cosa no daba para más y también que al asunto había que ponerle paños fríos porque “yo vine a descansar y no a ser parte de una tragedia”. Y ahí no más nos dejó y se fue al lado para ver si podía calmar a ese energúmeno, antes que el conflicto pasara a mayores.
La Blancaieves volvió a la madrugada y se tiró a descansar en el sofá del living porque el dormitorio que había sido de la abuela Anastasia había sido ocupado por la tía Teresita que toda la noche se la pasó llorando con hipo al compás del antiguo reloj de pie que mi abuelo Raúl, que en paz descanse, trajo un día en un carro de mudanza.
Y de pronto, cuando nadie lo esperaba, llegó el Omar. Apenas asomaba la primera claridad del día seis timbrazos me hicieron saltar de la cama. Corrí hacia la puerta y pude ver a través de la reja a un tipo con una pinta de facineroso que se acentuaba con unos tatuajes que le cubrían los brazos, el cuello y parte de la cara. Entonces escuché a mis espaldas la voz de mi prima.
_Él es el Omar_, me dijo_, Lo llamé anoche para que le ayude con las valijas a ese pobre viejo que ahora se siente tan solo.
_¿Qué viejo?_, pregunté.
_El tío Jiménez, quién si no?
El Omar me hizo un saludo reverencial y ella abrió la puerta con una llave de la casa que Madre le había confiado en alguna de sus tantas visitas. Madre, al contrario de la abuela Anastasia admiraba a la Blancanieves porque para ella era “la distinción hecha persona”. El Omar y la Blancanieves se estrecharon en un abrazo y se besaron en la boca con el entusiasmo de dos adolescentes. Un minuto después él volvió a la vereda y llamó a otro tipo pintado con calaveras y guadañas. Le pidió que guardara la moto en la casa de los Jiménez y volviera para tomar el desayuno.
_¿Cómo está la tía Teresita?_ quiso saber ella mientras se paseaba envuelta en un kimono de colores restallantes.
Le conté lo del concierto nocturno mientras tomábamos el café con galleta junto al Omar y el compinche que se había traído de Rosario, un tipo tan callado que daba miedo. Ella entonces me dijo que sus planes estaba llevarse al viejo ese mismo día, caso contrario “quién sabe cómo podría terminar la cosa”. A todo esto madre atendía a los recién llegados como si fueran gente de la nobleza. Por momentos se escuchaban los gemidos de tía Teresita que llegaban desde la pieza de la abuela Anastasia. Mis hermanos todavía no se habían despegado de la cama.
De pronto el Omar me preguntó por Los Tetes tan nombrados en la cárcel de Coronda. Me preguntó como si yo hubiera sabido todo acerca de esos forajidos. Que cuántos son quería saber, que dónde se aguantan. Le dije que de la familia sabía poco y nada, pero que todos los días se escuchaba hablar de ellos, aunque rara vez dejaban ver la cara. Que Tete le habían dicho al abuelo Lencina, uno de los fundadores del club de bochas El Chilcal Unido y que el sobrenombre quedó para el hijo y del hijo pasó a los nietos.
Le hice saber al Omar que acá los Tetes son los que mandan, pero le aclaré que yo solo llegué a conocer al más chico porque algunas veces lo vi haciendo de cuidacoches en la esquina del colegio y agregué a modo de chisme que hacía poco había sido padre, cargo que hasta ahora no había ejercido porque ese día terminó preso por asaltar una farmacia con el hermano mayor. Así que con el padre solo quedaron los Tetes del medio, pero nadie sabe cuántos son los que viven de cobrar peaje a todos los que entran o salen del barrio, porque de eso viven en la casa que ocupan ahí, a pocos metros del paso a nivel.
Entonces me dijo el Omar que algo de eso sabían por un amigo preso y enseguida le preguntó al compinche si había escuchado bien y el tipo lo miró pero no movió ni una ceja.
_ Agarrá la moto y andá. Deciles que acá se terminó lo que se daba, que cambiaron las reglas y que yo digo que se vayan de ahí antes que les prenda fuego a la casa con todos adentro. El otro se puso de pie y esa fue la primera vez que vi un arma adentro de mi casa.
Cuando terminamos el desayuno el tipo salió para hacer el mandado y la Blancanieves que ya se había cambiado el kimono para ponerse algo que parecía un vestido de fiesta se fue con el Omar para ayudar al viejo con las valijas. Recién entonces aparecieron mis hermanos con la tía Teresita a la rastra. Madre nos miraba en silencio y con los ojos húmedos parecía decir “Cuanto más lejos se lo lleve al Jiménez, mejor”. Yo me contentaba con que se fuera la Blancanieves, sola o acompañada.
_Ella hizo una reserva de pasajes_ esta mañana_ dijo una de mis hermanas.
_¿Y vos cómo sabés?_, preguntó madre.
_Porque el sillón está al lado de mi puerta. Dos pasajes de avión_, aclaró.
_¡Pero qué avión…! Te apuesto a que al viejo lo tira en uno de esos asilos gratuitos y le manotea los ahorros y la pensión_ arriesgó mi otra hermana , la menorcita.
_¿Y esta pobre mujer?_ preguntó madre_ ¿Cómo se va a sostener? ¿Cómo va a sostener ese caserón? ¿Alimentos y remedios? Apenas tiene una pensión miserable_, dijo Madre.
_ ¡Qué alquile la casa y se venga a vivir acá, digo yo, si no tiene otra entrada!_ , dijo mi hermana mayor.
Un par de horas después estaba junto a la puerta de calle cuando los vi pasar. No se bajaron ni siquiera para dar las gracias. Ni un beso ni un saludo con la mano. No nos miraron. El tío Jiménez llevaba una gorra de cuero marrón y ella una capelina rosa. Se fueron en un taxi. En el asiento trasero parecían dos novios recién salidos de la iglesia. Los seguí con la mirada hasta perderlos de vista y en ese momento sentí que algo se movía bajo mis pies.
Fue un temblor apenas, pero se me aflojaron las rodillas y solo atiné a buscar refugio en el zaguán aunque en seguida me ganó la tentación de curiosear un poco lo que pasaba allá afuera. Los estampidos que se escuchaban llegaban todos juntos como si estuvieran haciendo pororó. El ruido venía del lado del terraplén. De las vías para acá se veía a la gente correr en distintas direcciones y uno alcancé a ver que se echó al suelo o cayó muerto en medio de la calle, no lo sé.
Enseguida pasó el Omar, corría en la dirección del entrevero, iba en cueros y a los gritos. Insultaba y lloraba o se reía mientras tiraba tiros al aire. Le pedí a mis hermanos que no pasaran de la puerta cancel mientras yo cerraba la puerta de calle.
_¿ A dónde va el Omar ¿A dónde va el Omar?_ preguntaban desde los más grandes a los más chicos.
En seguida llegó Madre secándose las manos con un repasador. Ella también quería saber para que iba el Omar a meterse en un tiroteo.
_Seguramente quiere que los Tetes lo maten_, arriesgué. Ella se abrazó con mis hermanas y se largaron a llorar a lágrima viva, a coro con la tía Teresita.
A madre le di un rosario y se calmó. Al rato estaban reunidas alrededor de una imagen santa que habían colocado sobre la mesa. En sus rezos pedían que al Omar no le pasara nada y que si le llegaba a pasar los Tetes no vinieran a nuestra casa. Yo agregué una vela a la imagen cuando se empezaron a escuchar las sirenas de los bomberos porque la casa de los Tete estaba en llamas según contó el Tuertito, otro de mis hermanos que entró corriendo desde la calle.
Era mediodía cuando el Omar pasó frente a nosotros con una mocosita que cargaba con un bebé en brazos. Nos informó de paso que a la piba la había salvado del incendio y que ahora ella iba a vivir provisoriamente en lo del tío Gimenez porque él había quedado a cargo de la casa y ella era un alma sin hogar. “¡Dios te bendiga Omarcito. Tenés un corazón grande como una casa!” le gritó madre vivamente emocionada ante semejante noticia.
Al rato paso el ladero del Omar seguido por tres pibitos del barrio que lo imitaban al caminar, medio ladeados iban, medio tirados para atrás, con la mirada desafiante y una mano en la cintura. Una vecina me dijo y enseguida lo confirmamos en la pantalla que a uno de los Tetes, uno que le decían Rollizo había caído fulminado por un tiro que le dio en la frente y ahora los peritos habían cortado el paso porque el cuerpo seguía tirado ahí, en medio del empedrado.
Recién entrada la noche pude medir la dimensión de lo ocurrido y el peligro que nos amenazaba a nosotros gracias a la intervención de mi querida prima Blancanieves y sus amigos rosarinos. La almacenera de la esquina me lo hizo ver, dijo poco pero para mí fue suficiente. Ella me contó una historia que no era distinta a todas las escuchadas, pero al remate me lo dejó picando.
“A nadie se le quema una casa sin motivo, a nadie se le mata un hermano querido como era el Rollizo y nadie se le roba una niña madre con su bebé de pecho cuando cualquiera sabe que es la mujer del Tete chico que está preso por robar en la farmacia, cuando en realidad iba a comprar un tarro de leche maternizada y si mañana sale el Tete vamos a ver qué le pasa al ocupa que se metió en la casa de los Jiménez y a todos los que a ese tipo le hacen el aguante”, dijo recaliente y sin parar para respirar una sola vez.
Después me enteré que a esa conversación con la kiosquera la había tenido apenas terminada una reunión convocada de urgencia por las autoridades del club de bochas El Chilcal Unido a los fines de conformar una comité de solidaridad con los nietos del fundador de la institución, el Tete Lencina, porque habían perdido la casa en medio de un incendio que le costó la vida a uno de ellos “Nuestro Rollizo querido”.
Al amanecer me despertaron los estampidos, pero esta vez ni asomé la nariz, sonaban demasiado cerca. Imaginé lo que iba a ocurrir y eso estaba ocurriendo. Unos tipos que llegaron en varias motos estaban tiroteando la casa del tío Jiménez y desde adentro el Omar y su compinche también hacían ruido.
Alrededor de las siete disparos se fueron apagando y dejaron lugar al ulular de las sirenas. Cuando la luz del sol entró a la casa mezclada con las luces azules y cambiantes de las balizas todo la calle estaba llena de policías uniformados de azul. En la vereda de los Jiménez teníamos otro muerto, era uno de los tres pibitos que había visto marchar con cara de malo detrás del ladero del Omar. Salí, pregunté qué había pasado adentro y nadie me supo contestar. Volví y cerré la puerta.
Ahora quieren hablar con nosotros. Pegaron un timbrazo y enseguida empezaron a toquetear el picaporte. Desde la mesa del comedor donde estoy sentado alcanzo a ver a través de la reja que los tipos que quieren entrar son policías. Imagino que los de al lado están muertos o peor aún, que el Omar fugó con el amigo.
De lejos me llega la voz de la almacenera que grita no se qué cosas de la niña madre mientras pide “¡Justicia, Señor, justicia!”, pero yo sigo acá frente a la taza de café que se enfría haciendo un gran esfuerzo para no imaginar cosas que después se cumplen y concentro mi atención en la foto donde estoy con ella, con mi prima la Blancanieves que se ríe y sigue riendo mientras le clavo un alfiler entre los ojos y ruego que se ahogue despacito en las aguas del Caribe.
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SERIE FACEBOOK "CUENTOS PARA PASAR EL OTOÑO":
Espero hayan disfrutado el presente artículo, si es así los invitamos a dejarnos su #MeGusta, #Reacción y/o/a darle #compartir en sus redes sociales para difundir mi trabajo, pero sobre todas las cosas para darle promoción a la obra del santafesino José Luis Pagés. Es un escritor literario del que aún tenemos mucho para conocer y disfrutar.-
¡Buena vida luchadores!
Director del Blog Leonel Alvarez Escobar
Gracias Leonel Alvarez por la invitacion a participar en la eficio 2023 de ls Galeria de Artistss Cohen" y el generoso espacio concedido en este blog. Gracias otra vez gracias mi colega y amigo.
ResponderEliminarLeí El Omar y lo disfrute mucho. Mis felicitaciones por la calidad narrativa para abordar tantos temas actuales que se relacionan sin forzar. Y de paso, denunciar la naturalización de todos esos temas que tanto nos preocupan. Saluditos
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