Raúl Drubich es un escritor y ensayista santafesino, hijo y residente de la hermosa ciudad de Rafaela, provincia de Santa Fe. En su escritura se observa el oficio, la presencia de exquisitas construcciones gramaticales, notable léxico y vocabulario, y sobre todo un marcado estilo literario. Autopublicó novelas que capturan hechos históricos propios o de su ciudad tanto como autor como coautor. En cuanto a promotor de la lectura y escritura se destaca su accionar como Vice Presidente actual de E.R.A, Escritores Rafaelinos Agrupados.Es un honor conocer su obra y que sea parte de la Galería "Cohen Art Santa Fe", Edición 2024.
BIO | Esencial
Nació y vive en Rafaela. Escritor y ensayista. Vicepresidente de E.R.A. (Escritores Rafaelinos Agrupados). Miembro de la Filial Santa Fe, de la Sociedad Argentina de Escritores.
OBRAS | Ensayos:
“La otra mirada” coautoría con Alicia Ristorto (2011)
“Espíritus que han partido” (2013) coautoría con Alicia Ristorto
“La brújula espiritual” (2015).
OBRA | Novelas:
“Una estrella en la otra orilla” (2017)
Novela histórica que relata la llegada de su abuelo al país para iniciar una nueva vida y fundar en la ciudad el Movimiento Espírita, después de una experiencia trascendental que vive en el barco cruzando el océano.
"La maestra del río” (2018)
Novela que nos acerca la vida y obra de las hermanas Cossettini imponiendo en la ciudad y la región un nuevo método de educación, cuestionado y rechazado por muchos al romper las estructuras tradicionales del modelo educativo.
“La casa de la esquina” (2020)
En la obra se recorre la vida de dos muchachas militantes de movimientos revolucionarios en la década del ´70.
“Operación Omega” (2022).
Libro fundamental para conocer un golpe Institucional en nuestra ciudad -Rafaela- donde los testigos de aquella época siguen recordando los hechos cuyas imágenes continúan presentes como si lo ocurrido gritara contar la verdad.
“¿Quién fue Bernardo Rueda?” (2024).
La historia familiar se hace presente unida a las experiencias vividas por un pequeño grupo de que, pretendía demostrar lo imposible. Los universos paralelos se hacen presentes y el lector recorriendo las páginas ingresa a un mundo desconocido.
OBRA | Antologías colectivas
Participó en la Antología Literaria “Voces y colores de Navidad” (2023) organizada por E.R.A. [Escritores Rafaelinos Agrupados] contando desde una mirada adolescente hechos recordados por un grupo de adolescentes.
Además, Raúl, ya es parte de una nueva antología literaria de E.R.A. Este libro reunirá las historias de veintinueve escritores santafesinos. La temática es el teatro, el cine y el entretenimiento de antaño. Su texto "Palmero, el del cine Avenida" será publicado en esta compilación que se proyecta para fines de 2024, o inicio de 2025.
OBRA |Selección
“¿Quién fue Bernardo Rueda?” (Fragmento)
"Pero el asunto proseguía sin detenerse. Se colocaba el cirujano los anteojos y con el área a tratar marcada y limpia, entreabrió una herida con un corte preciso. El poeta resoplaba y recibió un tranquilizador “respira profundo” del médico, que colocaba gasas y algodones a los costados de la abertura, la cual, para sorpresa de todos, no sangraba más que algunas gotitas.
—Ahora poeta —indicó mi tío al paciente— recuerda y recita tu mejor verso.
Esbodio sonrió. Estaba relajado en pos de su demostración. Iba a entregarlo todo, para que la humanidad se entere del hallazgo de la adivina. Dijo, emocionado:
—“Y florecieron los naranjos —carraspeando dulcemente— y se multiplicaron las colmenas, y músicas recónditas henchían el vientre de la tierra…”
De inmediato, como un truco de magia de compleja ejecución, el corazón palpitante de Esbodio se dejó ver fuera de su cuerpo, rojo y lumínico. En acción vibrante, empujaba sangre y vida por arterias y venas que se hacían canales de luz en sentidos dispares, como enloquecidos. En su frenético andar, traslucían felicidad y alegría desbordante.
—Otro —ordenó Bernardo que no se alteraba por el fantástico acontecer—, sigue poeta.
Esbodio sonrió, susurrando con voz acongojada y espasmódicos sacudones de su barriga, la siguiente exclamación:
—“¡Desde el balcón del tiempo, reía sobre el mundo Primavera!”*
Los ojos azorados de los presentes no alcanzaban para avizorar el volumen que tomó el corazón de Esbodio. De una magnitud, incluso superior a los límites corporales del operado, extensión tal que obligó al médico y a sus ayudantes a echarse hacia atrás para calificar sus dimensiones.
—¡Medilo, Albertito! —decidió mi tío—.
El matemático estaba tan absorto al ver que mariposas y flores coloridas habitaban aquel gigantesco órgano rojo, que su emoción lo desbordó como jamás su mente científica lo había permitido. Se arrodilló frente al poeta haciéndole una reverencia que no olvidaré: puso sus manos sobre los pies del santafesino y agradeció a la vida y a Dios haberlo conocido. Dijo: hubiese querido ser poeta.
Caían con Albertito el compás carpintero y la tiza. La asamblea se quedaba sin la prueba métrica que garantizara la afirmación: el corazón de un poeta, tal lo dicho por la tarotista, tiene el volumen de una persona y todo órgano, alimentado por los buenos sentimientos, crecerá hasta el infinito en la realidad astral de su forma. Tamaño y funcionamiento desmedido, bien podría llamarse hipertrofia, según la locuaz definición de su creador, el doctor Bernardo Rueda".
Capítulo 4
Unos años habían pasado desde su infancia. La fuente del patio, eclipse de sus deseos, pasaba de moda entre adultos y niños. Aunque Bernardo, mientras desarrollaba un carácter nostálgico y reflexivo, acudía con frecuencia a ver sus aguas quietas, ya vacías de mojarras, que reflejaban por las noches todas las estrellas del cielo.
Acababa de estudiar a Jean Martín Charcot. Nacía una atracción irresistible. Un antiguo libro de psicología clínica, abandonado en la biblioteca de su hogar, le permitió conocer las técnicas hipnóticas que el neurólogo francés utilizó en el Siglo XIX.
Sugestionado por la lectura, abierta su psiquis a la prueba, realizó un simple ejercicio. En la oscuridad cómplice de la noche, encendió pausadamente sus cigarros. Observaba, como la braza pitada, fulguraba en el espejo opaco del agua de la fuente. Así, entre destellos, luz parpadeante y rítmica, perdió su mirada en ese punto fijo, intermitente, atractivo, hasta el sitio exacto donde la vigilia da lugar al sueño. Ese instante fugaz que el Doctor Charcot utilizaba para sugestionar a sus pacientes e inducir una hipnosis.
Bernardo sintió un leve mareo, tan fugaz como eficaz, que alteró sus sentidos.
—Resultó —murmuró al reconocer el estado sonambúlico—. Lo eclipsaba un ensueño turbador, donde sus manos se le hicieron vaporosas y la mitad de su cuerpo desapareció a su vista. El fenómeno no lo espantó, por el contrario, lo disfrutaba como a una golosina robada. Entre tantas sorpresas, escuchó un susurrar desesperado.
—¡Libérame, libérame! —imploraba una voz femenina—. Por el extraño efecto de la hipnosis, las palabras no ingresaban por el oído, sino por un redondel imaginario que abarcaba los cinco sentidos alterados que el joven acusaba. ¡Libérame, por favor! —repitió la voz—.
Bernardo levantó su cabeza hacia el cielo y a mitad de camino la detuvo en seco, como un cazador furtivo divisando a su presa. Clavó su mirada fascinada sobre el rostro desgarrado, transformado, de la mujer de yeso. Venus, la Diosa pagana, adorada y bendecida por antiguos pueblos. Ella le hablaba. La diosa, que se erguía transmutada en piedra, herida de quietud e intrascendencia en el siglo que ya no habitaba; expuesta su perfección y sensualidad a ojos que no la miraban; junto a anhelos, deseos y conquistas que nunca volverían.
—¡Libérame, muchacho! —le insistió, sabiendo de lo efímero de aquel contacto, de la nada que duraría ese instante, donde su único salvavidas la percibía en un trance sonambúlico como el de las pitonisas, a las que supo inspirar con su divina figura y su belleza ancestral—.
Bernardo no sintió confusión alguna. Cuántas veces planeó deshacerse de ella, quitarle la absurda vida de estatua y soltarla, como un alma que se desprende de un cuerpo inservible. Que su esencia, para la que fue concebida —divinidad y hermosura—, retozara otra vez por las esferas celestiales, los astros y las constelaciones que albergan a la mitología y a sus soberanas familias.
—¡Vuelve con ellos, Venus! —decidió el sonámbulo, metiéndose en el agua estancada—. Pisaba, él lo sabía, a hipocampos y caracoles. Apoyaba su espalda contra las nalgas esféricas de fría piedra y empujó con fuerza titánica, aferrado en el pantanoso sostén que le hacía de palanca a sus invisibles pies. Pujó dos, tres veces, hasta escuchar un crujido, y luego, otro. Anunciaban que el cemento ya no resistiría el destino del mundo. Así permitió que los designios se cumpliesen justo esa noche estrellada en la que, por la influencia hipnótica de una brasa sobre el agua, la Diosa rogara por su liberación y su pedido, al fin, fuera cumplido.
Al caer Venus, su rostro y cabeza estallaron sobre el borde de la fuente; se hundieron intactos en el agua, cuello, torso y cadera; las piernas, segundos antes sensuales y perfectas, se fracturaron por el esfuerzo humano justo a la altura de las rodillas, lugar al que su hacedor no había reforzado con nervaduras de alambre. Bernardo suspiró agradecido a un invisible Krato —el Dios de la fuerza— y divisó en la cercanía a la deidad de Apolo, cuya magnífica belleza encuadraría con la de Venus, ahora libre para nuevas aventuras. En ese estado de percepción alterada recibió un último y póstumo legado de la dama rescatada, quien, en pose agradecida, lo bendijo con su nuevo resplandor, entregándole al sonámbulo, sus recuperados poderes. Le dijo:
—Mi liberador, se ha ganado algunos de mis atributos. Poseerás el don de proyectar imágenes o ilusiones y controlar las emociones de los demás. Si lo anterior te fuera escaso, también podrás alterar la forma física de otros seres. Serás un sanador.
[Fragmento extraído del muro de ls cuenta oficial del autor, Raúl Drubich]
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¡Buena vida luchadores!
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